El cazador de postales

unsplash-image-Jjgci6LHWCw.jpg

Si te pregunto en qué piensas cuando te digo la palabra “fotografía”, quizá te vengan a la cabeza parques nacionales, maravillas naturales, grandes paisajes, creatividad, denuncia, desobediencia, arte… Aunque, puede que hoy pienses más en Instagram, redes sociales, viajes guiados… y en traerte “la foto”. La fotografía se encuentra en un momento extraño. Nunca ha estado más democratizada que ahora y sin embargo nunca ha habido tanta falta de originalidad y creatividad.

Como en aquella película de Pixar, “vienen, comen y se van”, arrasamos nuestra propia inventiva y no dejamos espacio ni tiempo a una pequeña reflexión en el lugar fotografiado. No digo grande, solo pequeña. Algo que nos ayude después a dar sentido a nuestras fotografías de ese momento en ese lugar para poder crear algo atemporal, fuera de convencionalismos y modas.

Durante el tiempo que llevo dedicado en cuerpo y alma a la fotografía de paisaje, he visto un cambio digno de mencionar: hemos pasado de una fotografía de intención más clásica, usada como visión personal, con expresión propia y siempre tratando de ser original y romper con cualquier tipo de conservadurismo; a una fotografía que no dice nada sobre nosotros como artistas, totalmente carente de originalidad y absolutamente conservadora por la ausencia total de riesgo y trasgresión. Nuestros abuelos fotográficos, que pelearon la foto secesión se reirían de nosotros sin duda. Es como volver a las ataduras de academicismo pero ahora es autoimpuesto y además inconsciente.

¿Por qué ha pasado esto? ¿Ya no hay lugares en el mundo? ¿Está todo hecho? ¿Todo está inventado? Bueno, ciertamente es complejo hacer algo original en un mundo hiper-fotografiado, pero lo es mucho más si ni siquiera se intenta. Como fotógrafos, estamos en un momento coleccionista-pseudo-voyeur. Parece que nos pone más copiar al otro que crear algo diferente.

“¡Esa no la tengo!”, “La tengo pendiente”, “Que ganas le tengo a esa”… son ejemplos claros de que la vivencia personal de la fotografía ha cambiado. Como artistas ya no perseguimos una separación; la transgresión de finales del siglo XIX y principios del XX está agotada. Ahora la fotografía hace masa, agrupa, engloba, fortalece la camaradería y nadie destaca.

Vamos a los mismo sitios, a las mismas horas, fotografiamos con los mismos equipos, mismas lentes, con los mismos parámetros y procesamos con las mismas técnicas, los mismos “trucos” que sabemos que funcionan, exactamente los mismos encuadres, con precisión casi quirúrgica. Y ¿puede alguien preguntarse por qué su trabajo no destaca? Obviamente porque no quieres que destaque. El camino del creador es solitario y se está más agustito en el hato, que en la calle hace frío.

Llegados a este punto, en el mejor de los casos, el cazador de postales es feliz con un bonito trabajo parecido al de todos, en el peor, se conforma con los restos.

Juan Pablo de Miguel

Soy un fotógrafo español, nacido en Alicante pero vivo en Madrid. La fotografía es mi manera de entender y relacionarme con el mundo.

Anterior
Anterior

El fotógrafo mentiroso

Siguiente
Siguiente

El miedo a crear algo propio