He perdido la cuenta de las veces que me he visto una y otra vez sorprendido por la belleza inesperada de los rincones de este país.

Amsterdam es, probablemente, mi ciudad favorita de Europa. A pesar de conocerla muy bien, su belleza, tan real como su historia, sigue sobrecogiéndome cada vez que vuelvo a encaminar mis pasos por sus anillos.

Edam y Gouda, que dan nombre a sus exquisitos quesos (que degustados con una mostaza artesanal que elaboran en algunos locales, es un manjar digno de dioses), son dos pequeñas joyas.

Los molinos de Kinderdijk y el parque Zaanse Schans, diseñado para brillar, son dos paraísos fotográficos.